ENRIQUE MANTILLA

“Si no aumentan las inversiones, la región se irá primarizando”

Para Enrique Mantilla, presidente de la Cámara de Exportadores de la República Argentina (CERA), es difícil considerar a la Argentina como un país exportador. En algunas economías —explica—, las empresas que colocan su producción en el exterior reciben el precio internacional más ayudas o estímulos; en otras, el precio internacional, sin estímulos; aquí, “el precio internacional menos derechos de exportación más de imposición de impuestos sobre los estímulos”. De tal modo, dice el dirigente, “la Argentina tiene el modelo menos exportador en términos de diseño”…

Si no aumentan las inversiones, la región se irá primarizando

 

Por Roberto A. Pagura

Para Enrique Mantilla, presidente de la Cámara de Exportadores de la República Argentina (CERA), es difícil considerar a la Argentina como un país exportador. En algunas economías —explica—, las empresas que colocan su producción en el exterior reciben el precio internacional más ayudas o estímulos; en otras, el precio internacional, sin estímulos; aquí, “el precio internacional menos derechos de exportación más de imposición de impuestos sobre los estímulos”.

De tal modo, dice el dirigente, “la Argentina tiene el modelo menos exportador en términos de diseño”. Y añade que, aun cuando la salida de la crisis de 2001 se hizo con un tipo de cambio muy favorable, se trató de una cuestión transitoria. Así, después de varios años de ajustes, de normalización de la economía, queda a la vista que el acento está puesto sobre el mercado interno. “Entonces, no diría que la Argentina es un país cuyas políticas de largo plazo, en conjunto, se correspondan con las de un modelo exportador. Y no digo que tenga que serlo: es una constatación de hechos”, afirma.

No obstante —sostiene—, “la exportación siempre es un motor de desarrollo y la liquidez que aporta un superávit comercial de 7.000 o 10.000 millones de dólares dinamiza el mercado interno y hace un aporte sustantivo al modelo de crecimiento”, más allá de lo que significa en términos de mayor productividad de la industria, generación de empleo y mejor distribución del ingreso.

Para el titular de la CERA, las debilidades que la Argentina exhibe en el frente exportador responden en buena medida a que “solamente se tiene en cuenta la agenda doméstica y no se visualiza esta problemática desde una perspectiva más completa”. En el caso del Mercosur, por ejemplo, al que califica como “un proceso de integración muy importante”, admite que “se pueden advertir avances en materia de seriedad y confiabilidad de las normas”. Sin embargo, “muchas de éstas no se cumplen o no se aplican, lo cual no ayuda a expandir al máximo la potencialidad que el espacio tiene para la inversión”.

Desde el punto de vista del proceso productivo, para que haya exportación debe haber inversiones; pero, “cuando se mira cuál es la tasa de inversión en los sectores que exportan, se advierte que hay un potencial muy grande desaprovechado”. La Argentina, apunta Mantilla, “ha sido muy irregular en sus políticas y la falta de un horizonte normativo de previsibilidad institucional afecta la inversión como tal”.

A su juicio, esa misma debilidad se observa cuando se analizan los compromisos asumidos ante la cumbre de Copenhague sobre cambio climático. “Los de México son muy exigentes, fuertes; los de Brasil, también: son medibles, hay números. En cambio, la Argentina hace un catálogo de algunas leyes que ha sancionado, pero no pone ningún elemento cuantitativo”, dice Mantilla. Y añade: “En algunos grandes desafíos que tenemos hacia el futuro, estamos en dificultades. La misma que hemos tenido para resolver el tema del Riachuelo o la que hay con el manejo de los suelos y la erosión, a pesar de avances espectaculares, como la siembra directa.”

La dificultad no aparece con esta administración; la agenda de temas pendientes viene arrastrándose desde hace mucho tiempo. “El Riachuelo es casi el ícono, pero lo que se ve es que hay una dificultad estratégica para elaborar programas continuados, permanentes, a través de los gobiernos, en relación con los recursos naturales y con el cambio climático, donde hay que pensar a 20 años para actuar ya”. Así, la urgencia, la inmediatez, hace olvidar las cuestiones importantes; y “falta una visión en la sociedad en su conjunto y en las élites sobre estos grandes temas, estructurales”.

Desde hace más de una década, el Instituto de Estrategia Internacional de la CERA viene analizando el desempeño exportador de las pymes manufactureras. Cuando se le pregunta sobre la importancia de este segmento en una perspectiva de largo plazo, Mantilla señala que hay progresos, pero también un cierto estancamiento. En efecto, aun cuando se ha incorporado a este proceso una cantidad cada vez mayor de pymes —en términos absolutos, su número creció 50% respecto del que se registraba en 1999—, no se produjo un incremento equivalente en términos de su incidencia en las ventas externas totales de la Argentina.

Entre 1999 y 2009, la facturación promedio de esas pymes pasó de 0,6 millón de dólares a 0,8 millón, mientras la de las grandes empresas crecía de 20 a 50 millones. Como consecuencia, el segmento, que aportaba 13% de los ingresos totales hace una década, vio disminuida su participación a 11% durante el año pasado.

El desafío, dice Mantilla, es que crezcan significativamente las exportaciones promedio de las pymes, de las que unas 4.000 mantienen una participación estable a lo largo del tiempo. “Es importante ver la historia de esas empresas para ver qué se puede hacer ahí. Hay un potencial muy grande —señala—, que se podría expresar mejor con un sistema institucional más previsible y más favorable para las inversiones. Para darle dinamismo a ese sector, se necesita mucha inversión, sobre todo con adecuación del modelo de negocios y de producto, porque ahora vienen nuevas demandas.”

Respecto del papel del financiamiento bancario, dice que hay que evitar las generalizaciones y evaluar la situación de cada sector en particular en materia de tasas y de exigencias. “Obviamente, lo importante del crédito es que sea a plazos adecuados y a tasas más o menos constantes; pero uno de los dramas acá es que los instrumentos de ahorro argentinos han sido vulnerados muchas veces”.

Con todo, rescata como una buena noticia el anuncio de la Asociación de Bancos Argentinos sobre la disponibilidad de créditos a las exportaciones con tasas de 3,5%, más los costos adicionales. Y refiere que en la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) se viene trabajando en una agenda para aumentar la capacidad del sistema de créditos y pagos recíprocos entre sus integrantes, un factor que serviría para dinamizar las exportaciones pymes y darles fuerte apoyo.

Durante la conversación, Mantilla exhibe algunas cifras acerca de cómo se está reconfigurando el mapa del comercio internacional, de la mano de la declinación de algunos protagonistas y la emergencia de otros. En este terreno, llama la atención sobre el hecho de que “el nivel de inversión y productividad de Asia es muy alto en comparación con el de Latinoamérica en su conjunto” y advierte que, “si ésta no aumenta sustancialmente su capacidad de invertir, Asia, como gran productor industrial, irá tallando a la región, que se irá primarizando”.

Apunta que, en tal sentido, el caso más interesante en tal sentido es el de Brasil, donde los productos primarios —soja, mineral de hierro, combustibles— tienen una gravitación cada vez mayor en las exportaciones. “No es que esté mal. Lo que digo es que los negocios pasan de las manos financieramente débiles a las financieramente fuertes. Entonces, cuando acá se retrasa la devolución de los reintegros a las exportaciones de mayor valor agregado o se les aplica un impuesto, se muestra una dificultad conceptual o una preferencia valorativa por otro tipo de juego estratégico”.

En términos de estrategias, plantea que la discusión acerca de qué sectores o nichos es conveniente estimular no puede plantearse en blanco o negro. En cambio, y más allá de ese debate, asegura que las restricciones a la exportación debilitan decididamente la eficiencia productiva, la calidad de la inversión y la confiabilidad externa. Desde su perspectiva, más que privilegiar a uno u otro sector, lo que la Argentina debería hacer es poner el acento en el sistema de innovación, un aspecto central “en un mundo donde el desarrollo tecnológico cambia todo el tiempo y los equipos y maquinarias tienen cada vez más componentes electrónicos y necesitan más software”.

Para “una industrialización agresiva, productiva, se necesita todo un sistema global que funcione ordenadamente”, dice Mantilla. Y subraya que esto incluye necesariamente a la educación, un área que debería tener prioridad, pero en la que se perciben dificultades que han llevado a un retroceso en términos relativos.

“Nos dicen que tenemos la mejor ley —dispara—; pero cuando se miran los resultados, por la razón que fuera, se advierte que el sistema no está funcionando bien. El nivel de conflictividad en el sector docente es una constante desde hace muchos años. Entonces, hay un problema pendiente, una dificultad, y falta talento para resolverlo. Es una debilidad que se va a ir notando con el tiempo y que se expresará también en términos de capacidad y de bienestar.”

“El tono general es bastante complaciente y en los desafíos estratégicos se hacen suposiciones facilistas para no tomar decisiones difíciles”, dice Mantilla. En el ámbito del comercio exterior, cree que los retos que enfrenta la Argentina pueden resumirse en tres aspectos: la estabilidad de los sistemas normativos en el largo plazo, el énfasis en el sistema de innovación y lo que define como eco-reestructuración. Y argumenta que el país está en un momento muy favorable para encararlos, porque los términos de intercambio son hoy favorables para los productores de materias primas.

Aunque el tono de su discurso insinúa lo contrario, rehúye definirse como pesimista en relación con la resolución de esos desafíos, aunque advierte dificultades en la necesaria articulación entre el sector público y el sector privado. Dice, por el contrario, que “los exportadores son optimistas”. Y explica: “La gente que se pone a exportar sabe que durante los primeros tres años a lo mejor no gana nada, porque está haciendo experiencia; o sea, tiene una visión optimista. Son las empresas más productivas. Y, para serlo, también tienen que tener mucho capital humano. Es más fácil conseguir una protección para la industria de Tierra del Fuego, traer los componentes producidos en otros países, armarlos en la Argentina y vender más caro el producto. Es un modelo, pero también implica una forma de hacer negocios. El exportador tiene otro, otra actitud mental, completamente distinta.”

Su balance sobre el impacto de un incremento sostenido de las ventas externas en la conciencia exportadora muestra luces y sombras. La aplicación de un impuesto a los reintegros constituye, a su entender, una clara definición sobre qué valores se están privilegiando. Al lado de ello, dice que la valorización de las materias primas “ha ayudado enormemente a la Argentina”, beneficiada también por el incremento de la capacidad de compra de Brasil. Sin embargo, no cree que ese potencial se haya aprovechado al máximo: “Se ha encontrado un equilibrio por abajo, no por arriba, y no pronostico un gran cambio sobre este modelo exportador actual”.

Por otro lado, destaca que un proceso exportador sostenido demanda inversiones, no sólo en activos productivos, sino también en infraestructura. En este terreno, dice Mantilla, los costos argentinos son importantes, porque no ha habido una adecuación de los principales modos de transporte en el país, salvo en lo que se refiere a los puertos. Y pone como ejemplo el caso de los accesos a los puertos del Gran Rosario, donde no se ha avanzado pese al notable incremento de las exportaciones. Aquí, enfatiza, aparece nuevamente la dificultad para encarar proyectos de largo plazo, como es el caso de los que involucran inversiones en infraestructura o en energía, donde advierte cuellos de botella que desalientan ciertas iniciativas.


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