FÉLIX PEÑA

“Tenemos que apostar a una economía inteligente y verde”

Félix Peña cree que conmemoraciones como la del Bicentenario son “una excelente oportunidad para mirar hacia el futuro capitalizando la experiencia del pasado”. Y rápidamente enfatiza que una de las primeras conclusiones que surgen de ese ejercicio es que “no se puede trabajar con metas fijas, como si las cosas no se movieran en torno a nosotros”. Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank, profesor en universidades nacionales y extranjeras, consultor y directivo de diversos organismos, Peña acredita una trayectoria de casi cinco décadas…

Tenemos que apostar a una economía inteligente y verde

 

Por Roberto A. Pagura

Félix Peña cree que conmemoraciones como la del Bicentenario son “una excelente oportunidad para mirar hacia el futuro capitalizando la experiencia del pasado”. Y rápidamente enfatiza que una de las primeras conclusiones que surgen de ese ejercicio es que “no se puede trabajar con metas fijas, como si las cosas no se movieran en torno a nosotros”.

Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank, profesor en universidades nacionales y extranjeras, consultor y directivo de diversos organismos, Peña acredita una trayectoria de casi cinco décadas como especialista en relaciones económicas internacionales, derecho del comercio internacional e integración económica.

Lector y viajero incansable, cosmopolita por convicción y siempre atento a las transformaciones que exhibe el escenario internacional, subraya que, “como país y como sociedad”, la principal enseñanza que deja el pasado es “la necesidad de proyectarnos al futuro adaptando continuamente objetivos y metas, hojas de ruta, y desarrollando, no sólo una aptitud mental para captar los cambios, sino también el instrumental de vuelo que nos permita tener la suficiente inteligencia competitiva para comprender dónde estamos y dónde está el mundo en relación con nosotros”.

Peña señala que gobiernos de diversos países —como Brasil— han creado áreas de planeamiento estratégico para el análisis y la evaluación de esos cambios, y la consecuente elaboración de políticas que miren hacia el futuro desde la perspectiva de lo nacional. Y aunque entiende que el ámbito privilegiado para esta tarea debería ser el Ministerio de Relaciones Exteriores, apunta que “cada provincia tiene que estar con las antenas paradas” para ver cómo se posiciona frente a los cambios en la demanda o la aparición de nuevas oportunidades. Para poner apenas dos ejemplos, habla del caso del litio, donde la Argentina podría convertirse en un proveedor alternativo a Bolivia, o de la quinua, un alimento de origen andino que tendrá creciente importancia y puede ser producido en el NOA.

A propósito de las reflexiones que suscita el Bicentenario, dice que la Argentina no siempre estuvo atenta al cambio de los vientos y las corrientes marítimas que afectaban su capacidad para navegar. “Me da la impresión de que como sociedad nos costó mucho darnos cuenta de que el mundo de los ’30 del siglo pasado había cambiado. Nos costó mucho comprender lo que significó, en términos de redistribución del poder mundial, la segunda guerra y el papel que Estados Unidos adquirió luego de ella. Y vuelvo a insistir en la expresión como sociedad”.

No fue, por cierto, la única dificultad: “Vamos a tener que desarrollar mayor capacidad para administrar las complejidades. Hemos tenido una cierta tendencia a colocar todo en blanco o negro. Nos ha costado administrar los grises, sobre todo en materia de inserción internacional. En un tema al que algún tiempo le he dedicado, que es el de la integración, en algún momento, en los ’90, el debate era o con Estados Unidos o con Brasil o con la Unión Europea o con China. ¿Por qué no con todos? Una de las ventajas que tenemos es que hay un motivo realmente sólido que nos impida trabajar con ningún país. No hay uno solo con el que no podamos hacerlo. No conozco uno solo donde la gente no se alimente o donde no haya un segmento más o menos destacado de clase media.”

En esta materia, Peña procura despejar algunos prejuicios. “Hoy en día, producir alimentos implica mucho de tecnología; incluso, los alimentos diferenciados, con valor agregado y progreso técnico incorporado, implican salarios reales elevados. El imaginario colectivo se quedó con la imagen del campesino que trabajaba la tierra con el arado, pero eso ha cambiado hoy completamente.”

Y advierte también sobre presuntas dicotomías: “Me cuesta imaginar una Argentina moderna y capaz de generar bienestar para toda su población que no esté plenamente inserta en el mundo, explorando y explotando todas las oportunidades que nos brindan nuestra excepcional dotación de recursos naturales y la creatividad y capacidad de trabajo de los argentinos”. Sin embargo, ello no se dará mágicamente: “Se requiere una actitud positiva y optimista sobre nuestras posibilidades, y una aptitud para proyectarnos al futuro y para adaptarnos a los continuos cambios que se seguirán produciendo en el mundo, defendiendo duro, cuando corresponda, nuestros intereses legítimos.”

Luego de subrayar la necesidad de entender la creciente complejidad de un mundo cada vez más comunicado, donde las distancias han colapsado, recuerda que Enrique Iglesias, ex presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, solía decir que los argentinos estaban en una mina de oro y no se daban cuenta. Y dispara: “Yo soy de los que creen que tenemos que darnos cuenta y capitalizarlo”.

A su juicio, hay un enorme potencial para cualquier economía que se plantee la meta de ser inteligente y verde. “Inteligente en el sentido de que todo lo que se haga sea producto de inyección de conocimiento: un grano de soja o una computadora o un zapato de diseño o material inteligente. Y verde, es decir, que de alguna manera tenga la imagen de ser algo hecho por gente que respeta el medio ambiente en la producción de bienes y la prestación de servicios. Y creo que ahí tenemos ventajas competitivas muy fuertes a condición de que reconozcamos que las cosas son dinámicas, complejas, que nada es blanco o negro, y que lo nuestro es una mina de oro, literalmente hablando”.

Aunque se resiste a la recurrente tentación de “encontrar en el pasado las explicaciones del pasado”, cree que algunas dificultades que emergen en la revisión histórica tienen su explicación en la diversidad de orígenes con que se conformó el país. “No vinimos para buscar complejidades. Éramos laburadores, pero en el fondo, en el imaginario colectivo, esto era una especie de hacerse la América. Y en nuestra principal producción, que era la agrícola, tu suerte dependía de la lluvia y la langosta, cosas que no podías controlar. Entonces, yo creo que eso fue formándonos en ser cortoplacistas y en el blanco o negro: llueve o no llueve. Eso es el pasado, pero te queda en los genes. Quizás por eso hemos tenido esa dificultad para proyectarnos hacia el futuro, navegar la complejidad y los cambios que se van produciendo en las circunstancias”.

Ya de regreso al presente y respecto de las tendencias de mediano plazo que pueden incidir sobre la proyección de la Argentina en el escenario mundial, Peña dice que no pueden descartarse tiempos aún más turbulentos. “Se  está recreando una tensión clásica en las relaciones internacionales, entre anarquía y orden, que no hay que subestimar y que en la historia larga del pasado se ha traducido muchas veces en violencias y guerras”, advierte.

No obstante, considera que, particularmente desde el punto de vista de los vínculos comerciales, un factor central es la importancia creciente de algunas economías en desarrollo, con mucha masa crítica en términos de poder de consumo, pero también de producción. “Pueden ser mercado —destaca—, pero también competidores, y no deben llevar de ninguna manera a subestimar los grandes destinos tradicionales de las últimas décadas. De allí que haya que trabajar simultáneamente muchas opciones.”

En el ámbito de la región, Peña señala que ser vecino de Brasil “es una gran noticia”, dado el crecimiento real y potencial de su economía y la estabilidad que ha adquirido su sistema político; pero agrega también hay que observar lo que está sucediendo con Chile, Uruguay o Perú, que acaba de poner en vigencia un acuerdo de libre comercio con China y se apresta a concluir otro con la Unión Europea.

Esos cambios pueden representar amenazas y oportunidades. Por lo pronto, “esto significa que, en términos de acceso al mercado peruano, los europeos van a competir en igualdad de condiciones con nuestras empresas, algo que ya están discutiendo los brasileños”.

No obstante, y en el mismo caso concreto de Perú, que se proyecta con fuerza no sólo en minería, sino en todo lo relativo a frutihorticultura, también se abren posibilidades de asociación con diversos sectores. “El mundo actual y con más razón el del futuro requiere que nuestro país participe activamente y con aportes concretos, en múltiples redes de todo tipo —gubernamentales, sociales, productivas, académicas y otras— y, en particular, enhebre un tejido de alianzas con muchos otros países, especialmente con los de nuestra propia región”, explica.

En ese terreno, añade, “la gobernabilidad del espacio geográfico sudamericano —esto es, el predominio de paz y estabilidad política en las relaciones entre los países, lo que implica democracia y cohesión social dentro de ellos— y la movilización conjunta de todo el potencial productivo de la región son hoy el verdadero sentido de la palabra integración”. Para que ello se concrete, aclara, “se pueden utilizar múltiples mecanismos, dotados a la vez de flexibilidad y de previsibilidad, con los que se logre un equilibrio razonable de los intereses nacionales para resolver cuestiones cruciales de la agenda global y de la regional”.

Entretanto, y cuando la mirada se dirige a lo que sucede en China, India, todo el sur de Asia e incluso África —sin descartar a los Estados Unidos o la propia Unión Europea, más allá de los problemas que tienen hoy—, se constata que “las fuerzas profundas están llevando al crecimiento de mercados para lo que sabemos producir, en todo el mundo”, dice Peña. Sin embargo, advierte: “Se va a ir acentuando lo que alguna vez señalaba Alieto Guadagni: nuestro problema en productos agrícolas no es un problema de acceso; es un problema de oferta y no de demanda.”

Se trata de una producción que puede movilizar empleo, salarios reales más elevados y más bienestar, pero a condición de que se haga “un esfuerzo muy grande para acondicionar el nivel de nuestra oferta a la demanda, sabiendo por otra parte que ese mundo, incluso el de los alimentos, se va a volver cada vez más competitivo, porque mucha gente va a tratar de hacer lo mismo”.

No es, en todo caso, el único desafío. Así, señala que en los próximos diez años se irá acentuando la importancia relativa de la calidad de la conexión física de los mercados, en la medida que los costos adicionales derivados de malos desempeños logísticos pueden superar con creces los relacionados con aranceles o restricciones no arancelarias. Y también se verá incrementada la demanda por producción sustentable, por atender los problemas del cambio climático y por preservar los recursos naturales, un ámbito donde la región cuenta con un privilegio no desdeñable: la abundancia de agua, “que no es un dato de la realidad en buena parte del mundo y cada vez lo será menos”. Por eso, coincide con Gustavo Grobocopatel en que esta región del continente es un gran reactor que transforma energía solar, luz, en agua, alimentos y energía.

A esa ventaja, la Argentina suma el hecho de contar con una población a la que define como “anárquica y creativa a la vez”. Según explica, “tenemos la globalización adentro nuestro y somos una sociedad apta para manejar las diversidades”, en la medida que han terminado por reproducirse en el país las mismas complejidades y diferencias culturales que caracterizan hoy al mundo contemporáneo.

Para activar la mina de oro, dice Peña, se requiere de una suma de inteligencia competitiva, de gestión de conocimiento y, sobre todo, de tecnologías organizativas, que permitan superar “nuestra genética dificultad para trabajar juntos, para generar sinergias, dentro y fuera del país; nuestra tendencia arraigada a la fragmentación y al individualismo”.

“Esa gran dificultad para trabajar en equipo puede tener explicación del pasado. Esta mezcla de gente proveniente de horizontes tan diversos no se hizo —en buena medida, por suerte— en torno a un núcleo duro, como si ocurrió con el WASP (white, anglo-saxon, protestant) en Estados Unidos, donde finalmente ahora está empezando a aflorar en todo su potencial la diversidad americana. O incluso en Brasil, que tuvo un núcleo duro descendiente del imperio portugués”, explica.

Sin caer en triunfalismos, Peña es decididamente optimista. Está convencido de que “tenemos lo que el mundo necesita” y de que es posible producir mejor mediante una economía “centrada en la inteligencia y en el culto al medio ambiente, a lo verde: smart and green”. Asegura que, tan pronto como comienza a vérselo de esa manera, no hay límite. Y concluye: “Ésa es mi sensación en este Bicentenario y creo que es la misma que tuvieron los que hicieron este país”.

 


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